Ese viejo asesino ya puede darle de comer a las palomas.
Su familia agradecida le ha puesto las pantuflas.
Marido y padre ejemplar los alimentó con pedazos de cadáver.
Bien cebados lo ayudaron a luchar contra el monstruo invisible.
Cabalgando en un águila no tenía por qué tenerle piedad a las hormigas.
Tuvo el gran mérito de convertir a miles de ciudadanos en verdugos.
Ahora está tranquilo, su cerebro poco a poco se derrite.
Ha pasado al ámbito intocable de la senilidad sagrada.
La culpa fue de los maridos que nunca saben ser padres.
Crean racimos de críos y luego se van contra una quinceañera
dejando a su señora convertida en el mástil central del navío
que de ninguna manera debe hundirse en un océano de deudas.
¿De qué se asombran entonces que el viejo asesino
se convierta en el amante de todas las mujeres?
Con su rostro de falo torvo y sus capas de opereta
pudo reinar desde una fotografía en todos los hogares,
distribuir zanahorias pero también cuchillazos.
En el desierto se abrieron fosas cantando himnos a su gloria
mientras devoraban a raquíticos inconformes declarados peligrosos.
Los desaparecidos prueban que el ser humano es menos que su retrato,
papeles impresos que otorgan a las madres una razón para vivir,
el útero llega a su cúspide cuando produce víctimas que se harán inmortales.
Todo esto se lo deben al viejo que hoy se alza de hombros.
Tuvo siempre la razón, gracias a él un grupo selecto de señoras
pueden ir tranquilas a la misa con un revólver en el bolso.
Los inconformes se han resignado a comer tierra.
En lugar de hablar se les permite escupir bolillas de barro.
Todo está en orden, sin embargo los traidores deben tener cuidado:
en cualquier momento el viejo asesino puede hacerse bandera
de un ejército de cajeros de banco convertidos en leones.
Alejandro Jodorowsky,
No basta decir, volume DXX da Colección Visor de Poesía
hoxe hai un ano: ilhas pouco ilhadas
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